Sinaloa-sur-Seine

Me defino sinaloense y bohemio. Si debo añadir algo más, citaría a René Char: "Creo en la magia y la autoridad de las palabras".


1 comentario

¿Qué hacer en una noche de insomnio?

Por la ventana sólo puedo admirar la silueta fantasmagórica de árboles a los que el invierno ha defoliado. Son casi las 3 de la mañana. Me desperté hace casi dos horas imaginado que ya eran las 9, qué es miércoles, que no he desayunado todavía y el fisioterapeuta no va a tardar en pasar a verme.

En el mesa de noche están dos libros esperándome: La Sombra del viento y Le rapport de Brodeck pero no los reeré a esta hora. No me voy a quedar en esta habitación de hospital viendo como pasan las horas. ForecastFox me anuncia «2°C, brouillard«. Salí a fumar, pasé de camino por la maquina tragamonedas que sirve bebidas calientes: 0,50€ por un caffè lungo, que tomo con la mano derecha mientras que con la otra me busco mis Lucky Strike a 5,40€ el paquete.

En el jardín lo que sobran son sillas pero todas están húmedas de rocío o cubiertas de nieve que aún no se ha derretido. 2°C. Finalmente no es una temperatura tan baja. O quizás yo ya no soy tan extranjero a los caprichos del invierno.

Echo un ojo hacia la torre Eiffel, a esta hora ya han apagado las luminarias. Estoy solo en el jardín. No hay luz que se encienda, no la hay que se apague. Aspiro un poco de humo, bajo un trago de café. Y miro las siluetas de los arboles esbozadas sobre un fondo sepia. Resta un poco de nieve en los tejados aquí y allá, de las canaletas cuelgan estalactitas glaciales.

Me pierdo en elucubraciones. El café se enfría. El cigarrillo se consume solo. Subo a la pieza. No hay nadie en los pasillos de la clínica. Me tomo una tableta de Stilnox. Es lo más sensato que puedo hacer a esta hora.

Luego, cayéndome de sueño, me digo que ya estuvo bien de divagar. Que la noche se hizo para dormir, o para caminar por las húmedas calles vacías. Que caminaré otra noche, cuando no haga frío y mis rodillas estén mejor. Y no pienso caminar solo, sino apretando una tibia mano de mujer en la mía, o escuchando el rumor nocturno del agua de lluvia corriendo calle abajo, invitándome a saltar tapias y rejas para resguardarme de ella en un portal en lo que amaina. La noche y la lluvia hacen del hombre un gato, una sombra, que desconoce los limites de la propiedad privada.

Buenas noches, ¡son las 3:23 y todo sereno!