Sinaloa-sur-Seine

Me defino sinaloense y bohemio. Si debo añadir algo más, citaría a René Char: "Creo en la magia y la autoridad de las palabras".


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La estrategia del Pathos

Es un alivio que las elecciones presidenciales francesas hayan pasado, y sobre todo que la jeta de Nicolas Sarkozy haya desaparecido de los medios impresos y electrónicos.

Pero cuando echo un ojo a las noticias de México es siempre la misma burra al trigo aunque en este caso el papel de los medios sea secundario pues los cárteles orquestan ellos mismos sus propias acciones espectaculares y macabras.

El pathos de los cárteles contra «el lugar que creías conocer» como estrategia de comunicación. Suspiro. Campañas políticas mediocres de los candidatos a la presidencia, ridículos reportajes de panfleto de la Televisa de toda la vida, hasta un pleito de verduleros tiene más fondo que lo que televisión e internet mexicanos vomitan cuando enciendes tu pantalla.

Esa es quizás la palabra clave, ese verbo mexicano, inusitado en el español europeo o sudamericano: Apantallar. La cultura de nuestro país de telenovela impregna el mínimo acto de comunicación desde el diálogo entre dos personas hasta el show de los narcos; se abre la boca, por así decirlo, por puro afán de apantalle: hay que ponerle salsa a los tacos.

La gente termina, como dicen, curada de espanto. ¿Qué nos va hacer un cadaver más o un cadaver menos? No mamen, ya cambien su pinche rollito, señores narcos, señores responsables políticos. ¿Cuándo se van a dar cuenta que ya estamos vacunados?

Ya no tenemos fibra sensible. ¿qué nos importa que digan que tal o cual candidato es «joto» y que otro más es comunista? De por sí, en un país normal eso no es noticia. ¿qué nos importa que Tepito o Tangamandapio sean «Territorio Zeta» o que Buaysiacobe o Tlaquepaque sean del Cártel de Sinaloa?

Hay que pasar a otra cosa, compadres, ya estuvo bueno. Ya vimos suficientes capítulos de Dexter y Desperate Housewives.


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Radio y café cada mañana

Dondequiera que voy me gusta tomar el café al calor del sol matinal.

De casa de mis padres los cabellos de la aurora alzan el vuelo tras el otero de Tetameche. A la entrada dos árboles que mi viejo plantó sin saber que eran de caoba, no son tan frondosos como para impedir con su sombra calentarme con las primeras luces de la mañana bebiendo mi café en mi silla reclinada contra el muro.

Cuando voy allá, acompaño a mi padre que se ha despertado temprano como es su costumbre y ya ha sacado una silla al portal no tanto para asolearse sino para ver pasar a los jornaleros y a los operadores de tractor cuya faena también comienza al amanecer.

Con el pretexto de dejar a los demás dormir mientras escucha las noticias y fuma a la sorda un cigarrillo, enciende la radio y lleva su cuenta de los trabajadores del campo, en dos palabras: mitotear.

Dos o tres estaciones pelean por la audiencia matutina, por viejos como mi padre. Una de ellas trasmite desde Guasave, otra desde Los Mochis y la tercera de Culiacán, con enlaces en vivo a las otras ciudades sinaloenses.

A mi padre le interesa el beisbol cuando es temporada pero no es aficionado de los Algodoneros de Guasave ni de los Cañeros de Los Mochis. Desde la llegada al poder de Felipe Calderón la escucha de la nota roja ha remplazado su interés por el beisbol. Cuando enciende la radio se ve en sus ojos un brillo pícaro y calla esperando que se hable del último enfrentamiento de los malos contra los peores.

Sólo en Chihuahua y Nuevo León hay más asesinatos que en Sinaloa; pero en proporción demográfica hay dos veces más ahí.

En los años que vienen mi padre y los padres de todos los sinaloenses seguirán levantándose para escuchar  cada mañana que la paz no hallado sitio en la noche.


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Amohinado por una muerte indigna

Las noticias malas siempre tienen alas. Las noticias sinaloenses siempre tienen balas. El lunes por la madrugada las balas acabaron con la vida de dos personas en Los Mochis, mi ciudad natal, en la que vive una buena parte de mi familia. Un muerto o dos ya no es nada ahí; un muerto o dos no es nada en Sinaloa; un muerto o dos no es nada en México. ¿Quién cuenta las gotas de lluvia? Nadie. ¿Quién cuenta los muertos en México? Pocos. Los muertos son los que tendrían contar.

Abuso con la generalización, quizá me alejo de la realidad por la mohína que me carga, será porque una de esas balas me ha herido.

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