Pongamos que escribo. Y no escucho sonido alguno. Es de noche, noche casi primaveral, la oscuridad es transparente como el frescor tangible de cada nudo del viento en febrero. Refunfuño pues de alguna forma tengo que derrotar el mutismo que el sopor vespertino me impone. Digo derrotarlo y no vencerlo, no soy de los que gustan de la victoria propia sino del revés ajeno. A final de cuentas soy sádico con el silencio pasmante; no vaya a ser ése el silencio perpetuo de la muerte.